viernes, 24 de junio de 2011

Sucedió en Chapadmalal-capítulo V

                             (Déjà vu)
             
                Parte V        Arnaldo Zarza
Con el paso del tiempo empecé a comprender algunas cosas, otras, las más importantes para mí, no tanto. Últimamente trato de poner orden a la cronología de los acontecimientos de mi vida sin  mucho éxito. El recuerdo del pasado no coincide con el presente. No se a ciencia cierta cual de las historias es la correcta, si la anterior, o esta. 
No sería extraño que sufra de un desdoblamiento de personalidad. Hay algo que no está bien y no se que es. En un  principio las cosas anduvieron de maravillas, pero con el correr de los días, cuando ya me había acostumbrado a la felicidad, los pequeños detalles que no encajaban, y que en un principio ignoré, se hicieron insoportables. De apoco tomé conciencia que ya no podía seguir ocultando la realidad que me tocaba vivir. El hecho de haber recuperado a Ana casi milagrosamente no alcanzaba para tapar el sinfín  de interrogantes que se presentaban día a día en mi azarosa vida cotidiana. 
En un comienzo no me atreví a confiar tan siquiera en ella lo que me sucedía, mi felicidad era tal que temía echarlo todo a perder con una historia rebuscada, extravagante, y sin sentido. Para colmo, la presión intelectual que soportaba se volvía intolerable, no tardé en empezar a desvariar y a concebir ideas locas, visiones  de mundos diferentes, mundos donde podía escoger la historia adecuada para construir el futuro a mi entera satisfacción. 
Sitios donde la vida no estaba regida por el azar o la incertidumbre, mundos donde podías ser artífice de tu destino. Universos donde, si no estabas conforme con él, podías andar y desandar el modelo elegido. Aun hoy me sacuden ráfagas de pensamientos que me resultan imposibles de manejar, y que a veces no alcanzo a separarlos de la realidad; me dejo llevar por ellos, sin poder alterar su curso, por momentos fantaseo que estoy muerto mientras floto en una especie de sueño interminable, donde me veo caminar hacia el muelle de pescadores siguiendo la rutina del primer accidente, donde el mismo rostro de antes me saluda al entrar a las aguas, luego, como entonces, una especie de corriente eléctrica sacude mi cuerpo y súbitamente dejo de sentir la necesidad  de  respirar, finalmente ingreso al mundo de Ivana, o de Ana, alternativamente. 
No sería raro que los minutos sin respirar bajo el agua me dejaran algún tornillo flojo, es probable que la secuela del paro cardíaco y la resurrección dañaran algunas neuronas, haciendo que los sucesos pasados los recuerde alterados en el tiempo.  
Sin embargo, y a pesar de todo, tengo la esperanza de poder explicarme esto sin recurrir a la hipótesis facilista de algún tipo de alteración mental.  
Desde este sitio que parece cortado a hachazos para dejar al descubierto el corredor de arena rubia bañada por el océano, comienzo a disfrutar del paisaje, el sol y la brisa marina, sin el obsesivo peso de mis problemas. Desde aquí pude reconstruir mis dos accidentes como un observador lejano e imparcial. Ahora, con una idea más acabada de los hechos, y asumiendo el miedo a lo desconocido, siento que un viento fresco y saludable limpia mi alma sacudiendo el polvo que hay en ella. Una serena esperanza nace en algún lugar de mí ser, tal vez sea hora de pensar que ni tengo un tornillo flojo, ni dañada una neurona. Y creo tener una o dos pistas, que son las que me aferran a esa idea. Una de ellas es la bikini que Ana había comprado a la vendedora de la playa en las épocas que yo moría de celos. 
A los dos o tres días de mi primer accidente Ana lo encontró dentro de una vasija grande que teníamos de adorno en un rincón del living de Chapadmalal, donde yo la había escondido luego de acusarla de ir casi desnuda a la playa.  


-Mirá lo que encontré Arnold.- Me dijo desconociendo las diminutas prendas que me habían hecho enfurecer pocos días atrás. No dije nada, dejé que supusiera pertenecían a una de mis hermanas. A la media hora me devanaba los sesos tratando de encajar a la Ana de mis celos en la casita de Chapadmalal (donde nunca había estado), con esta, con esta Ana, ¿se entiende? Por dios, ya tenía suficiente con las dos Anas e Ivana para que me saliera una tercera. Decidí olvidarla, enviarla al tacho de desperdicios. 
Hoy la desentierro del baúl de mis recuerdos pues tal vez sirva de rastro para llegar a la verdad.
El otro elemento de juicio es el rostro que vi cada vez que volví a la vida, algo me decía que el dueño de esa cara sabe algo, o tal vez mucho de lo que me sucede. Esa mirada no era la de un curioso cualquiera, esa mirada la he visto en otro sitio, ese hombre me conoce y yo lo conozco. Creo que su presencia no es casual. Me digo una y mil veces, debo encontrar al dueño ese rostro. 
Una vez más buceo en el mar de mis memorias y aterrizo feliz en el mundo donde Ana es mi esposa, y las cosas marchan como a mi me gusta. Esquivo un poco el placer que me produce su proximidad, y me dedico a buscar lo que he venido a buscar. Ahí voy.
Siempre he pensado que este mundo está plagado de casualidades, habíamos ido a cenar a una parrilla de esas, que un tanto improvisadas servían excelentes carnes entre los eucaliptos bien iluminados a un costado de la ruta que lleva a Mar del Plata, y a escasos metros del mar. Dos cervezas después, fui a orinar a un lugar espeso del bosque circundante, parece que era el sitio apropiado para esos menesteres, pues no era el único contribuyente al riego de la arboleda. La luz blanco pizarra de la luna llena alumbró tétrica a mi vecino; era él, ese rostro que había visto mil veces en mis sueños y vigilias, el mismo que me observaba cuando me reanimaron. Nuestras miradas se cruzaron brevemente y supe en el acto que me había reconocido, se hizo el zonzo tratando de mirar a otro lado mientras se ponía a silbar bajito.
-Con usted tengo que hablar.-Le dije.
-Está bien.-Me contestó resignado.
-Cuénteme lo que sabe.
-No se si le va a servir de mucho.-
-Estoy seguro que sí.-Se sacudió, yo también. Quedamos en el mismo sitio, mirándonos de costado, como si nos estuviéramos contando un secreto.
-No está solo en esto, hay algunos más con el mismo problema.
-Eso no me aclara gran cosa.
-Yo tampoco lo tengo muy claro.
-Es usted el pescador que me saludaba cuando me tiré al mar, el día del accidente. ¿No es así?
 -Es así, pero no lo estaba saludando, le hacía señas para que no entrara al mar en ese momento. Desgraciadamente usted no me entendió.
La conversación había logrado excitarme como si con ella fuera a resolver todos mis problemas. 
-¿Por qué quería evitar que me metiera al mar?-Me oí decir, arrepintiéndome inmediatamente de mi estúpida pregunta.   
-Usted sabe, tal vez hubiera evitado eso.-Dijo sin aclarar mucho mi duda. 
Mi ansiedad iba creciendo a pasos agigantados, quería sacarle las respuestas con un tirabuzón y hacerme humo cuanto antes, mi interlocutor no era muy directo, y yo precisaba respuestas rápidas y esclarecedoras.
-¿Que es eso?- Le dije para que su respuesta no estuviera basada en mi pregunta.
-Mire, la historia es complicada, difícil de contar, y más difícil aun de comprender, en el mundo somos una pequeña comunidad… 
-¿Arnold.-Escuche la voz de Ana, que a mis espaldas se acercaba peligrosamente.
-Ya voy.-Dije girando la cabeza.
-En otra ocasión la seguimos.-Las palabras quedaron flotando en el espacio vacío que un segundo antes había sido ocupado por mi confidente. Él era una sombra que se perdía entre los matorrales. Mierda, que desgracia. Pero algo era algo, podía soñar con que tenía la punta del hilo, aunque sin saber lo largo que pudiera ser este.
Al día siguiente lo busqué incansablemente por la costa, sin ningún resultado halagador, nadie sabía de su existencia. Así días tras días.
Se que esta historia es inconexa, y tal vez incoherente, pero es la que tengo, y la que puedo armar a duras penas, no me siento en condiciones de ponerle orden, o cronología adecuada. Por momentos me siento eufórico, casi saboreando la resolución del enigma, para luego caer en la más absoluta depresión. Los recuerdos van y vienen, llenando huecos y abriendo otros, mezclados con ideas que pugnan por dar una explicación coherente a la incoherencia.
Hace unos días se me ocurrió pensar qué hubiera pasado, si en la fiesta de fin de año donde conocí a Ana, en vez de tropezar con ella y caer al piso abrazados, se retrasaba tan solo unos segundos, o si su itinerario se hubiese apartado un poco de mí. Seguramente solo sería el recuerdo grato e inalcanzable de una mujer hermosa, y sin dudas la historia con Ivana no se habría interrumpido. Fantaseé que Ivana podía ser una alternativa, así como la Ana inalcanzable y la Ana que me quiere y es mi esposa. 
Con ese razonamiento, y algunos datos más aportados por “mi amigo el pescador”, elaboré la teoría de que, tal vez por un capricho de la naturaleza coexisto en dos o tres mundos simultáneamente, no me pregunten como o por qué, pues desconozco la respuesta. 
Pero claro, las cosas no son tan simples, y aunque lo fueran, aún tengo algunos interrogantes que no terminan de encajar.     
Hoy vivo en el mundo de Ivana, pero se que en cualquier momento, estuve, o estaré en el mundo de Ana. 

domingo, 19 de junio de 2011

Sucedió en Chapadmalal - Capítulo IV

                 (Déjà vu)
            
            Parte IV                  ArnaldoZarza
Ahora bien, me parece que es tiempo de analizar el preámbulo del primer accidente para que se formen un panorama más claro de los hechos.
Como decía, las aguas de  Chapadmalal son frías, y ese día mi estado de  ánimo no era  el mejor, por no  decir “el peor de mi vida”. 
El catorce de  enero del 2001 casi llegaba a mitad de su vida. El sol brillaba solitario en el cielo azul luego de la feroz tormenta de la madrugada. Así de loco es el inestable clima de este paraje tan grato a un ser que huye del calor, y  al mismo tiempo, de escaso apego a la  playa. A decir  verdad, no solo los imprevistos cambios climáticos de esta sinuosa fracción de  la franja costera son las causales de  mi maniática felicidad. Por lo general, gozo la paz que emana de esta pequeña población mientras leo; cómodo, tranquilo y sin   interrupciones, despatarrado en la  perezosa del porche de la casita montada  en la punta de la loma, alguna que otra novela de esas que  reservo para las vacaciones. También amo el paisaje verde y ondulado que se extiende delante de mí hasta donde llega la vista, los olores de eucaliptos y del pasto fresco recién cortado. El murmullo de las abejas y demás insectos, que en la quietud de la siesta acompañan a coro el trinar de los pájaros. El campo, que asoma al amanecer y se esconde a la noche para dejar disfrutar la miríada de estrellas que, de vez en cuando nos saludan con un destello fugaz. 

Ana y yo habíamos decidido interrumpir brevemente nuestras relaciones, mejor dicho, Ana me conminó a que cambiara de actitud ante mis “supuestos” celos enfermizos. Discutimos, se enojó bastante y me dejó plantado en la mesa de un café mientras hacíamos tiempo para ir al cine. Todo había empezado debido a mi sospecha, tal vez en este caso infundada, de que había otra persona en su vida. 


En el café de “La Paz”, un grupito de amigotes de Ana que concurrían asiduamente al establecimiento, se arremolinaban alrededor de una mesa como abejas al panal. Yo, en particular, no era amante de sitios como ese, tal vez por no identificar el terreno como propio, y me había resistido un poco antes de que casi me obligara a entrar.  

Ya dentro comprobé que mi aprehensión no había sido errada. Un tipejo untuoso se acercó de la mesa en cuestión y la saludó con un beso de esos que no me gusta nada, se pusieron a hablar casi al oído y con risitas cómplices mientras me ignoraban olímpicamente, como si fuera una tía vieja. Apenas se fue el intruso, diez minutos después, y sin darme tiempo a que la recrimine, otro espécimen de la misma mesa, un sujeto carilindo de sonrisa boba, le guiñó un ojo haciéndole un gesto con la mano que no alcancé a ver con claridad, me pareció que se refería a mí. Ella le sonrió discreta, y me pareció verla ruborizada. Ya no aguanté más, le dije unas cuantas cosas, creo que levanté un poco la voz.
Ana no discutió, simplemente se levantó y se fue. 
Más tarde, por teléfono, me dijo que le había hecho pasar un momento horrible, que Pelusa le contaba unos chismes de amigos comunes, y que tal vez habían hecho mal en hacer rancho aparte, pero que eso no justificaba mi proceder, también me dio a entender que a Pelusa no le interesaba el sexo opuesto, cosa de la que no estoy muy seguro, por último, trató de hacerse la tonta respecto al carilindo, solo dijo que apenas lo conocía del gimnasio, cosa que me puso más loco aún, debido a que estaba convencido que había otro, que podía ser este o aquel, pero, que había otro.
Finalmente me tranquilicé y decidí tomarlo con calma, pues aun así no quería perderla. Traté de suavizar las cosas, pero ella había tomado la determinación de que no nos viéramos por unos días, y me dijo que iría  una semana a casa de la abuela en la ciudad de Miraramar.
Ante el hecho consumado acaté la orden y a mi vez tomé rumbo a la casita familiar de Chapadmalal, seguramente pensando que debido a la proximidad con Miramar, de alguna manera me las ingeniaría para verla.  

Así estaban las cosas en mi vida por ese entonces. Solo, y loco por Ana. Rumiando mi bronca al comprender que ese año no pasaría las vacaciones con ella. 
Como decía, ese día mi estado de  ánimo no era  el mejor, y como en las últimos jornadas, fui a la playa a descargar mi furia. 
El resto lo saben. Casi muero en el mar, y con una diferencia temporal de cuatro años hacia atrás, Ana era completamente mía.
Unos días después cometí el estúpido error de repetir la experiencia; la misma caminata hacia las rompientes esquivando obstáculos mecánicamente, el mismo viejo que me saluda y tal vez la misma ola,  la misma sensación de haber vivido lo que estaba por venir, la misma película proyectada una y mil veces.
 No se por qué lo hice, y tampoco puedo decir con certeza que estoy arrepentido.  
Empecemos de cero una vez más. Mientras camino sin rumbo al mar masticando lentamente cada palabra surgida de mis recuerdos, analizo nuevamente como fue el principio del fin. 

Recuerdo que mi mundo había cambiado radicalmente  desde que la conocí, desde entonces mi vida no era la misma de antes, tranquila y sin sobresaltos.
Estaba loco por Ana, y ella no tanto por mí, o peor aun, sospechaba que me engañaba,  aunque ese detalle seguramente no sería el peor tormento, estaba convencido que me abandonaría en cualquier momento, y eso sí sería grave para mi flaca estabilidad emocional.
Habían sucedido muchas cosas desde entonces, algunas parecidas a un cuento de hadas, otras, solo a un cuento. 
Cuando volví de la muerte por primera vez, sentí que la felicidad volvía a mí, aunque casi inmediatamente percibí que algo no andaba del todo bien. Actitudes, fechas, sitios y hechos que escapaba a mi comprensión habían cambiado mi universo de pequeñas grandes cosas. No había que ser un lince para darse cuenta que Ana no era la misma de horas antes del accidente. No es que fuera a cambiar en su fisonomía, carácter, aliento, o lo que se le pueda ocurrir a uno, era algo más sutil, o mejor dicho, la situación era diferente. 

Ana era mi esposa, y parecía estar muy enamorada de mí. 
El pequeño detalle que enturbia la escena, es que yo por ese entonces no recordaba estar casado con nadie. Por otra parte, había una diferencia de cuatro años desde el momento que entré al mar hasta que me sacaron con un paro cardíaco. Quiero decir que, en poco menos de lo que tarda uno en morir y resucitar, o sea más o menos diez o quince minutos, pegué un salto en el tiempo de cuatro años hacia adelante.
En un principio, solo traté de aprovechar el hecho de tener a Ana siempre dispuesta a satisfacer todos y cada uno de mis requerimientos, no me importaba otra cosa: -tenía la idea fija-. Pero, desgraciadamente nada es eterno, y de a poco fui tomando conciencia del fenomenal lío en el que estaba metido.
La razón me decía que no podía negar los actuales acontecimientos. 
Simplificando... mi matrimonio con Ana, el salto temporal, y que los otros, o sea, mis recuerdos del mundo que provengo, serían el fruto del cortocircuito cerebral post accidente que me había auto-diagnosticado. 

Las horas y días posteriores a mi aparición como “el esposo de Ana” fueron momentos de tensión y emociones encontradas difíciles de describir. Mi delicado estado hizo que de entrada no notara los cambios que prácticamente me paralizarían al día siguiente. Ana se mostraba atenta y cariñosa. Parecía que el divague referente a llamar la atención de mi amada con un seudo suicidio se había cumplido; me sentí un cerdo. Cuando me fui enterando de los detalles de mi nueva vida pensé que me gastaban una broma macabra, hasta que fui constatando los datos que me hacían un extraño en esa casa. Entonces, un miedo acerbo se apoderó de mí, y no se me ocurre mejor idea que volver a la escena del crimen y cometer el mismo error. Vaya a saber por qué tonta deducción, pensaba que de esta manera develaría el misterio de mi salto al futuro. Y así fue, volví a meterme al mar, en el mismo sitio, con la misma consecuencia, y sin aclarar nada, salvo embarrarla un poco más con la aparición de Ivana. 

Relato de VI apítulos.                                     
Próxima entrega:
Capítulo V- viernes 24 de junio del 2001