lunes, 13 de junio de 2011

Sucedió en Chapadmalal-capítulo III

                             (Déjà vu)                                               
              
       Parte III                Arnaldo Zarza
Sin noción del tiempo que llevo parado en lo alto del barranco que da marco al océano y sus playas, salgo del letargo de los días felices. La brisa fresca que acaricia mi piel lijada por el sol del verano, me vuelve a la vida. Pero debo continuar, e intento nuevamente colarme en el interior de mis recuerdos.   
Estamos a comienzos del año 2004, curiosamente cuatro después que tuviera el accidente. Se que es poco creíble, pero es la verdad, no se por qué, ni cómo, ni quién me transportó al futuro. 
Cierro los ojos y otra oleada de vívidas imágenes me invaden apoderándose de mí. 


Ahí estoy yo, cuatro años atrás, caminando por el pasto húmedo, abrumado por mi amor no correspondido.
Me dejo llevar por el sendero empinado hacia la arena dorada mientras repaso una vez más los hechos. Desde acá se me ve pequeño como al resto de la gente, camino sin prisa hacia la escollera que dista unos trescientos metros de mi observatorio. Esquivo cuerpos, sombrillas y carpas en mi marcha hacia el muelle. Me empiezo a cansar, las piernas no me responden, la vista se me nubla. 
Se desvanece la imagen que tengo de mí caminando por la playa, trato desesperadamente de aferrarme a ella, los recuerdos se escurren, me invade un sopor que oscurece mi alma empujándome a un abismo sin fondo, lucho instintivamente contra la nada, luego de una eternidad  siento que vuelvo de la inconsciencia, abro los ojos, una figura borrosa llena mi campo visual. Un soplido inunda mis pulmones, me están llenando de oxígeno, hago foco en caras extrañas recortadas contra el fondo azul del cielo, me miran, no entiendo por qué. Un rostro de esos llama mi atención. 
No se de donde lo conozco, pero se que alguna vez lo vi. El silencio opresivo es quebrado por tímidos aplausos que crecen en intensidad mezclados con el parloteo de la gente que parece festejar algo. Unos sollozos apartan mi atención del desconocido-conocido, escucho con nitidez mi nombre que sale de algún lado. Giro los ojos buscando las palabras de esa misma voz que seguían colándose en mis oídos;  sabía a quién pertenecían.
Intento incorporarme, pero las nauseas me juegan una mala pasada. Luego de largar parte del mar que había bebido, empiezo a sentirme mejor.
Pobre Ivana, temblando me abrazaba, lloraba y besaba a la vez. La gente se dispersaba, los paramédicos empezaron a despedirse dándome algunos consejos.
Me acordé del “desconocido-conocido”, lo busqué torciendo el cuello, pero ya no estaba a la vista. 
Rodeé la cintura de Ivana y caminamos despacito por la arena tibia buscando salir de la playa, sorteando a los bañistas, que para ese entonces seguían su rutina.     


Ya sentados en el auto que habíamos dejado a pocos metros de donde estoy ahora; en la gran explanada que da al acantilado, de espaldas al hotel cuatro, la pude observar con detenimiento, estaba hermosa. Los rayos del sol le pegaban a contra luz lanzando destellos de fuego de su cabellera roja. Sus ojos azules, enturbiados por la bruma de lágrimas me parecieron más lindos que nunca. La abracé y besé con pasión, una ráfaga de recuerdos desordenados se agitaron frente a mí. La fiesta de casamiento en casa de tía Lilí, el jardín adornado con guirnaldas y flores, las mesas dispuestas estratégicamente bajo los árboles del parque, los parientes y amigos comiendo y bailando hasta el amanecer. El día en que la conocí en la fiesta de fin de año de la empresa, y algo tomado, le dije que hiciera de cuenta que yo era un picaflor para darle el primer beso. El día que nació Santiaguito. 
La sequedad de garganta y humedad de mis ojos se acentuaron, me estaba emocionando. Durante los días siguientes permanecí callado y hosco. Ivana estaba atenta a mis mínimos requerimientos, convencida que sufría un shock post traumático, o algo así. Al día siguiente me había preguntado con mucho tacto si quería hablar del accidente, yo meneé la cabeza, de ahí en más ya no mencionó el asunto. 
Curiosamente, los recuerdos me habían transportado al segundo accidente. Omitiendo vaya a saber por qué el primero.
Luego de ahogarme por primera vez, la vuelta al mundo de los vivos fue traumática y deliciosa al mismo tiempo, por fin Ana era mía, como la había soñado siempre, pero… 
No quisiera aburrirlos entrando en detalles del tormento que representó sumergirme en un escenario distinto al que habitaba pocas horas antes. Si fue sorprendente el cambio de Ana y su entorno luego de mi primer accidente, no deja de ser asombroso mi estado actual con Ivana, luego del segundo.  
A veces tengo la sensación de cabalgar simultáneamente en tiempos que corren por distintos carriles desfasados entre sí, transitar universos diferentes, donde coexisto sin la certeza de cual de ellos pertenece al presente, pasado o futuro. Donde la lógica  temporal parece  definitivamente quebrada.


Desde mi observatorio, aquí en lo alto del risco, de espaldas al hotel cuatro, miro con atención la atiborrada playa con la esperanza de encontrar algún detalle que me de alguna pista para resolver el problema. La música tropical sale como siempre de los parlantes de la pequeña choza levantada sobre pilotes en medio de la arena, donde dan masajes, y creo que tiran el Tarot. Más allá, la gordita que vende bikinis y los exhibe colgados de una cuerda atada a dos palos, atiende a su clientela que examina las prendas con ojos críticos.  Recuerdo que Ana se había comprado uno rojo, tan chiquito, que habíamos tenido una discusión por ello. Eso fue con la primera Ana, con la Ana de… la de mis celos infundados, con la Ana inalcanzable debido a mi propia imbecilidad.
Hoy, ahora, ellas son solamente una especie de espejismo en mi vida, una imagen virtual que llevo encima permanentemente. Momentáneamente no se que fue de ellas, aunque tarde o temprano las encontraré.  
La naturaleza me está jugando una mala pasada que por momentos me hace bajar los brazos. Vivir en dos o tres mundos diferentes desfasados en el tiempo, y que se reciclan permanentemente como el vórtice de una tormenta, no es moco de pavo. Pero aun no estoy vencido. 


Relato de VI apítulos.    
Próxima entrega:
Capítulo IV- domingo 19 de junio del 2001