sábado, 14 de agosto de 2010

        La mansión satánica
                        Martes 18/8/10 
                                                         Capítulo III




        Mañana... Los piropos...

viernes, 13 de agosto de 2010

La mansión satánica



Hoy, viernes 13 de agosto, día de miedo para los supersticiosos angloparlantes, el equivalente  nuestro al martes 13.
Días propicios para contar historias de terror.
       La mansión satánica Parte II


Verónica entró al living y caminó hasta el sofá de cuero verde donde se sentó. Manoteó el control remoto y cuando lo estaba por usar sonó el celular que tenía en el bolsillito del jean.
Se levantó y fue hacia el espejo que estaba justo frente a uno de los ventanales y allí, mientras miraba coqueta su estilizada figura atendió el teléfono.
-Hola Manu, si, si, ¿entonces, venís esta noche? Que macana, bueno, nos vemos mañana entonces. Sí, yo también. Cortó he izo un puchero de niña mimada.
Tendría que pasar sola la noche, que macana, si hubiera sabido que Manu no venía le habría dicho a las chicas de hacer una pequeña reunión para ver alguna película, comer algo y charlar, aunque tal vez aun estuviera a tiempo, se dijo. Pero no estaba segura, a quién quería en casa esa noche era a Manu.
-La tarta de jamón y queso está sobre la mesa de la cocina.- Escuchó que decía la voz de Juana.
Desvió levemente los ojos de su figura y la vio por el espejo, un poco atrás, a la derecha, diminuta y flaca como un espárrago, con el guardapolvos de color desvaído y el pelo negro recogido hacia atrás. Juana siguió hablando con su dulce tonadita del norte, recomendándole que no abusen de los dulces, que no duerman muy tarde, que la llamen si surgía algún inconveniente, que Bla, bla,- Verónica no la escuchaba, solo pensaba en Manu, y tampoco percibía que Juana no miraba el espejo al hablar, si bien la estancia se desdibujaba rápidamente por bruma del crepúsculo, era notorio que la empleada de los Ferguson evitaba mirar el espejo.
Crash…pum, pum… un fuerte y seco ruido, seguido de dos o tres golpes en el piso de madera la sacó de su letargo. 
Ahora sí Juana miraba directamente al espejo. Sus ojos desorbitados se dibujaron entre las astillas que dividían el vidrio roto, multiplicándose en cada uno de estos nuevos espejos. Verónica no percibió el espanto de la criada, y tampoco que inmediatamente después que el pelotazo hiciera su trabajo, se santiguó y volteó la cara para no verse reflejada en el espejo. Verónica fue hasta el interruptor de la luz y lo pulsó. Fue en ese momento cuando se dio cuenta que estaba sangrando, una pequeña astilla le había pinchado el pómulo izquierdo y su mano ensangrentada había manchado la pared. No era algo serio. Juana le desinfectó con agua oxigenada y le puso un esparadrapo.
-Vengan a dormir a casa.- les dijo, cuando entró Julián.
-No.
-¿Por qué?
-Es de mala suerte, van a suceder cosas muy feas en esta casa, vengan conmigo.
Y no, no quisieron ir. No se rieron de ella, tampoco hicieron bromas cuando se fue, la vieron muy mal, preocupada, desencajada. Además la conocían de siempre, y sentían cariño por ella, como si fuera una tía vieja del campo.
Juana sabía que estaban en el comienzo de días difíciles. Todos los años que trabajaron para protegerse y proteger a sus amos se habían ido al diablo, si, literalmente al diablo. Habían pasado veinte años de sus vidas dedicados desactivar a los espíritus malignos de la casa, y mal no les había ido, los habían cercado, confinados a un sitio donde no causaban mayores problemas, pero habían vuelto, y eran peligrosos.
El sol se había ocultado por completo, las luces del parque se habían encendido automáticamente, aun así, el aspecto general de la propiedad era tirando a oscuro, con zonas donde no se distinguía nada de nada, y otras donde bultos informes parecían flotar fantasmales por debajo de los frondosos árboles; Eran los doberman que soltaban al anochecer.
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  Arnaldo Zarza


Esta historia continuará.

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Las publicaremos en el Blog.

jueves, 12 de agosto de 2010

MIEDO...


¿Quién no ha tenido miedo alguna vez?



No me refiero al miedo a los humanos, sino a lo esotérico, lo sobrenatural, al miedo que llevamos dentro sin que haya una razón valedera para ello. Al miedo que tenemos instalado en lo más profundo de nuestro ser, ese compañero que nos sigue silencioso donde quiera que vayamos, y  contra quién luchamos día a día sabiendo que jamás lo venceremos. 
Ese personaje de nuestra creación que detestamos. El socio invisible que nos paraliza en medio de la noche, cuando estás sola o solo, en las tinieblas de tu cuarto, en una callejuela mal iluminada, en un templo abandonado o en una cabaña en medio del bosque, o, ¿por qué no? cruzando el camposanto bajo una feroz tormenta, en medio de estruendos que sacuden tu cuerpo agotado de correr, caer y arrastrarse por el fango, guiándote por los fogonazos que cada tanto iluminan fugazmente las lápidas de la oscura noche para llenarte de terror. A mí me ha pasado; ¿Por qué no te puede ocurrir lo mismo? Después de todo, ¿quién puede decir que conoce los caminos del destino?




Los que tenemos miedo sabemos de los murmullos y movimientos extraños en el silencio de la madrugada; del crujir de una puerta quieta, o de la sombra que pareció pasar al fondo del pasillo, allá, cerca del baño. En ocasiones como esta ¿no sentiste que alguien te llama, o que toca delicadamente tu hombro?  Si es así, es ahí, en ese instante cuando la casa cobra vida generando los pequeños sucesos que nos erizan la piel.
El miedo es horrible y contagioso, aunque hay algunas personas afortunadas que son inmunes a estos avatares, o por lo menos, lo disimulan perfectamente. 
 Sin embargo, hay individuos a quienes les gusta sentir el vértigo del miedo metido en la piel, sentir cómo la adrenalina se sacude en el interior de su ser para transportarlos a una dimensión lindante con el placer. 
Tengo en mi memoria, y quisiera compartir con ustedes, algunas historias reales de acontecimientos inexplicables que me han dado miedo a mí, a otros, y tal vez a toda una generación. Se trata de sucesos misteriosos que han ocurrido y ocurren constantemente, historias que tal vez mañana, o esta misma noche nos toque vivir. 
Los que disfrutan el vértigo del miedo solo deben esperar que lleguen las tinieblas de la madrugada, estar solo o sola, dejar entrar a nuestro compañero invisible y leer con él las pequeñas historias que guardo para ustedes.
Si no estás en esta categoría, es probable que no debas leer las historias que vamos a publicar. Aunque… ¿Por qué no?
Manos a la obra pues…




              La mansión Satánica




Se estaba ocultando el sol y sus últimos rayos dorados lamían el follaje de los árboles del parque. Las sombras largas y las luces tenues se proyectaban en el frente de la vieja casona de San Isidro dándole un aspecto siniestro. Donde solo faltaba música adecuada para que la escena de miedo quedara completa.
Verónica y su hermano menor estaban tan acostumbrados al entorno de su casa que nunca se les hubiera ocurrido pensar en las supercherías que creían los caseros.
Julián, el menor de ellos,  jugaba con tres amigos en la parte mullida del césped, a unos veinte metros del garaje. Los chicos se revolcaban tratando de interceptar pases hechos con una pelota de rugby. Julián tenía unos nueve años, y sus compañeros otros tantos.
Verónica, de diecinueve, que había estado charlado con unas amigas en el porche de la casa, se metió dentro apenas se retiraron las chicas.
Juana, el ama de llaves, o algo así, y esposa del casero, jardinero, chofer, y él arregla todo de los Ferguson, se estaba por retirar a su casa, ubicada en el extremo sur de la media manzana ocupada por la propiedad. Juana los había visto nacer, y se ocupaba de ellos cada vez que sus padres se ausentaban de la ciudad. Esa tarde les había preparado unas tartas, y la heladera estaba bien provista de todo tipo de caprichos dulces y salados pedidos por los jóvenes, que de alguna manera intentaban compensar la ausencia de sus papás. Así es que se podía retirar tranquila a descansar después de un día de mucho trajín, sabiendo que todo estaba bajo control. Oscurecía rápidamente, y no le gustaba en absoluto tener que caminar de noche por el caminito mal iluminado que conducía a su casa, donde los grandes árboles de ramas largas y hojas perennes no dejaban ver más que unos pocos metros por delante.
Los Leguizamón eran oriundos de Misiones, gente buena y sencilla. No temían a ladrones o merodeadores, pero tenían profundo respeto a las sombras de la noche. De los primeros se cuidaban con una escopeta de caño recortado y un revólver Smith & Wesson de calibre 44, más conocido como mágnum, amén de los sofisticados sistemas de vigilancia electrónicos y custodios humanos fuera de la muralla circundante. De lo segundo, la noche y sus misterios, se defendían con ritos y oraciones esotéricas que no trascendían al ámbito de sus empleadores. Nunca les gustó la residencia de los Ferguson, pero veinte años atrás, recién llegados de “El Dorado”, con una mano atrás y otra adelante, como decía el dicho popular, fue como tocar el cielo con las manos. Trabajo para ambos y vivienda, que más se podían pedir. El tema de la casa los preocupaba, pero gracias a dios, decían, tenían los medios para luchar contra el mal.
Y fue lo que hicieron secretamente durante los largos años de servicio en la mansión satánica, como llamaban al casco principal de la casa. 

                                                                                
                                                                          Arnaldo Zarza
Esta historia continuará.

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