viernes, 28 de mayo de 2010

Cristina.

Es una tarde gris, gris como las gafas por donde miro la vida.
Es una puta tarde de otoño, donde no siento nostalgia, como en otras, de la bohemia del café, el cine, la buena charla entre amigos, y esas pequeñeces que hacen de la vida un sitio digerible.
Aunque parezca mentira, normalmente soy un tipo optimista, pero, en ocasiones, me pongo más humano que en otras.  
La muerte ronda en torno nuestro desde que nacemos, es el destino final, según dicen, o por lo menos no hay indicios de que otro sea nuestro camino.
Algunos no le prestan mayor atención, otros no la temen, y  quedan  los que a cada tanto, una voz repiquetea en su cerebro: te vas a morir.
Cristina se va a morir, como todos, solo que en pocas horas. Esa es la diferencia. Es una amiga de la familia, no mía, en particular. Buena, de esas a quién aprecias  apenas la conocés. Son 30 años de tratarla, no a menudo, en cumpleaños y reuniones familiares, intima amiga de mi cuñada, en casa de quién pasamos momentos inolvidables. Seguramente no tiene idea de la repercusión que tiene en nosotros su enfermedad y sufrimiento. Igual, de qué le serviría.
Lo siento mucho Cristina.
Hoy es un día gris, sigo sin entender el porqué de estas cosas. Nunca las entenderé.  

jueves, 27 de mayo de 2010

El Código Da Vinci vs. El Club Dumas




Los que leyeron “El código Da Vinci” es probable que les guste “El club Dumas”, una novela de “Arturo Pérez-Reverte”, escritor español de exquisita prosa. Román Polanski adaptó el texto para el cine: y salió una película interesante, bien lograda, como es la costumbre de Polansky, con una convincente caracterización de Johnny Deepp, como el experto buscador de libros antiguos y raros, aunque, a mí juicio, el libro, por su extensión, riqueza de situaciones y detalles, es indispensable leerlo, antes o después de ver la película. Me olvidaba, “La novena puerta”, es el título del film.  
Les transcribo una partecita del comienzo del relato, para que prueben si les gusta.


EL CLUB DUMAS
O LA SOMBRA DE RICHELIEU
ARTURO PÉREZ-REVERTE

El vino de Anjou



Conocí a Lucas Corso cuando vino a verme con El vino de Anjou bajo el brazo. Corso era un mercenario de la bibliofilia; un cazador de libros por cuenta ajena. Eso incluye los dedos sucios y el verbo fácil, buenos reflejos, paciencia y mucha suerte. También una memoria prodigiosa, capaz de recordar en qué rincón polvoriento de una tienda de viejo duerme ese ejemplar por el que pagan una fortuna. Su clientela era selecta y reducida: una veintena de libreros de Milán, París, Londres, Barcelona o Lausana, de los que sólo venden por catálogo, invierten sobre seguro y nunca manejan más de medio centenar de títulos a la vez; aristócratas del incunable para quienes pergamino en lugar de vitela, o tres centímetros más en el margen de página, suponen miles de dólares. Chacales de Gutenberg, pirañas de las ferias de anticuario, sanguijuelas de almoneda, son capaces de vender a su madre por una edición príncipe; pero reciben a los clientes en salones con sofá de cuero, vistas al Duomo o al lago Constanza, y nunca se manchan las manos, ni la conciencia. Para eso están los tipos como Corso.
Se descolgó del hombro una bolsa de lona y la puso en el suelo, junto a sus zapatos Oxford sin lustrar, antes de quedarse mirando el retrato enmarcado de Rafael Sabatini que tengo sobre la mesa del despacho, junto a la estilográfica que utilizo para corregir artículos y pruebas de imprenta. Eso me gustó, pues las visitas suelen dedicarle poca atención; lo toman por un viejo pariente. Yo acechaba su reacción y observé que sonreía a medias al sentarse: una mueca juvenil, de conejo al cabo de la calle; de esas que captan de inmediato la benevolencia incondicional del público en cualquier película de dibujos animados. Con el tiempo supe que también era capaz de sonreír como un lobo despiadado y flaco, y que podía componer uno u otro gesto según lo exigieran las circunstancias; pero eso fue mucho más tarde…


Este es el link de la segunda escena del film, La novena puerta:
                                                                                                                                                                                                                        



Untitled from arnaldo zarza on Vimeo.

martes, 25 de mayo de 2010

Jerry Lewis, el rey de la risa de los años 50/60


Cuando era chico moría de risa con las películas de Jerry Lewis. Creo que a veces el recuerdo nos juega una mala pasada, por lo menos a mí, porque lo que fue cómico en un tiempo no siempre conserva su gracia.
Aun así, todavía hay películas que me arrancan una sonrisa, y hasta una risotada.
Jerry Lewis hizo reír a más de una generación, y eso ya es mucho decir, un cómico, a mi juicio, no siempre bien valorado. Me gustan más las películas de Jerry y Dean Martin, son inocentes y sin muchas ambiciones, pero se dejan ver y entretienen, y hasta tienen, o tenían, momentos brillantes.
Ayer volví a ver The Stooges, no se cual fue el título en castellano. Me divertí un rato, por supuesto que tiene partes aburridas y pasadas de moda, pero también se pueden ver escenas divertidas, sobre todo si se las mira con algo de nostalgia. Elegí algunas partes de ella, para quién tenga ganas de recrear los buenos momentos de Lewis-Martin.
Pinchar abajo, donde está la flecha de PLAY.









Homenaje a Jerry Lewis from arnaldo zarza on Vimeo.