miércoles, 8 de septiembre de 2010

    La mansión satánica
                                     Capítulo VII




 Un fuerte viento azotaba la rueda de Chicago cuando Julián trepó a los caños para dar caza a Ernesto. Miró de hito en hito abajo y arriba. Sintió nauseas, abajo ya no estaba tan lejos como para ignorar la distancia, la suficiente como para convertirse en puré si se caía. Ahora el vértigo se hacía sentir, el peligro se olía. Y desde su posición, Rafael parecía un pequeño muñeco olvidado en medio del parque.     
La cara del viejo se le presentó una vez más.
-Vamos, es tu vida o la de él. Adelante.
-Julián tomó de los tobillos a Ernesto y vomitó, Ernesto soltó el balón, dio un pase de baile, resbaló y cayó. Julián también cayó, con la pelota en las manos.  
El toldo del encantador de serpientes se rasgó amortiguando la caída. Estaba a salvo, aunque algo dolorido. La tienda se había llenado de plumas salidas de dos o tres almohadones rotos por el impacto. Ernesto no estaba a la vista... 

La tapa de un canasto caído al piso terminó de abrirse, y de su interior surgieron las cabezas de dos cobras de aspecto amenazante.
Los bichos, a no más de metro y medio de distancia, descubrieron a Julián tirado en medio del caos y se le vinieron encima. 
Julián, completamente entregado, casi podía oler el aliento de sus atacantes. 
Cuatro ojos amarillentos, sin vida, lo miraban fijo a través de diminutas ranuras negras que cruzaban sus globos oculares.   
Si tener a esas criaturas a  unos sesenta centímetros del rostro de alguna manera resultaba hipnótico, cuando abrieron la boca enseñando los dos enormes colmillos curvos del maxilar superior, el magnetismo trocó rápido a terror.
Julián estaba paralizado, aunque su corazón galopaba. 
Mientras esperaba que las víboras le dieran la dentellada final, la idea que estaba metido en un sueño le cruzó la cabeza. Hizo un esfuerzo desesperado por salirse de ése horror, aunque, de alguna manera  intuía que transitaba la vida real, donde ya había muerto uno de sus amigos y su turno no tardaría en llegar. 
Cerró los ojos para quebrar el encanto, o quizá para morir sin ver de cerca a las criaturas  horrorosas en ocasión del crimen.
Un segundo, dos, tres...
 Los bichos se tomaban su tiempo, y finalmente, en vez de sentir el puntazo de los colmillos de las cobras, sintió el frío pegajoso de las lenguas bífidas que lamían su rostro. 


Cheazaba luba.- Dijo alguien con voz potente y autoritaria.

Julián abrió los ojos y vio aparecer de la nada a un hombre de turbante rojo y barba negrísima. 
No precisó repetir las palabras, los bichos quedaron estáticos, convertidos en piedra.
-Cheazaba luba.- Dijo por lo bajo Julián, tratando de recordar lo dicho por el gigante de ojos celestes. Estaba seguro de conocerlo, aunque no recordaba donde.
-Es tu día de suerte, muchacho. Toma este amuleto y conservarás tu vida. 
Julián sintió el frío metal en su piel. La estrella de cinco puntas cabía perfectamente en la palma de su mano. 
La voz había cambiado notablemente, ahora sonaba suave y melodiosa.
-Cheazaba luba.- Dijo mecánicamente Julián, como si fuera el nombre del hombre que le acababa de salvar la vida.-Es solo un sueño, sé que estoy metido en un sueño.
-No es tan así, pequeño, esto es tan real como lo que crees real. Busca tu camino y encontrarás la salida. Usa el talismán si fuera preciso.
Desapareció... Sin despedida, sin transición, sin más explicaciones.
Parecía que cada parpadeo de Julián evaporaba parte de su entorno.   
Las cobras, la tienda, el parque y la gran rueda ya no estaban, solamente quedaba la tierra apisonada, y sobre ella, los cadáveres despanzurrados de sus  dos amigos. Y él, Julián, que desde un punto abstracto del universo observaba todo. 
Vio a Verónica salir del jacuzzi junto a la vieja. 
Vio a Juana corriendo bajo la lluvia hacia el árbol que se le venía encima. 
Vio a sus padres en un avión azotado por la tormenta. 
Vio a Ramón caer a la fosa de los autos.
Oscureció...
-Tienes una misión que cumplir.- Le dijo una voz en la oscuridad. 
Abrió los ojos y vio al gordo de smoking en la pantalla del televisor. Estaba parado al lado de una estatua:" La esfinge": el monstruo con rostro de mujer, pecho, patas, cola de león, y alas de pájaro. Tallado en la meseta de Giza, Egipto. 
Julián se restregó los ojos, se sentía algo atontado luego de la feroz pesadilla, miró a su alrededor y lo que vio le confirmó que había regresado al mundo de los vivos, aunque le quedaba una especie de resaca por lo sufrido en sueño. 
Tenía la boca seca y la horrible sensación  de que sus amigos estaban muertos. Sacudió la cabeza como para sacarse semejante idea de la mente. 
El resplandor celeste que bañó sus retinas acoplado al fuerte estruendo lo despabiló totalmente. Llovía torrencialmente. Bajó los pies de la mesa y se frotó con ambas manos la cara y luego miró hacia el televisor para constatar que todo había terminado.
Pero el viejo estaba allí, sin inmutarse, esperándolo. Rápidamente buscó el control remoto que estaba a su lado, en el sillón. Lo agarró y cambió de canal, una y otra vez. Siempre aparecía el gordo. Estaba ahí, como pegado a la pantalla.
-Deja que te diga algo, pequeño. Te quedan tres días de vida. 
-¿Me está hablando?
-Sí.
-¿Tres días de vida?
-Ni uno menos, el lunes a las siete y diez.

  Arnaldo Zarza
                    Continuará.

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