lunes, 6 de septiembre de 2010

La mansión satánica
Capítulo VI

Julián, con las patas cruzadas sobre la mesita ratona, lata de gaseosa en mano y bolsa de papas fritas al lado, se atragantaba entre eructos y pedos mientras cambiaba distraidamente de canales, sentado en un sillón que le quedaba grande. 








Por la boca llena la bebida marrón intentaba hacerse un camino para bajar la pasta, la comisuras de los labios por momentos expulsaban torrentes líquidos que corrían hacia el mentón para aterrizar en el pecho. 
Julián, con la mano grasienta de toquetear las papas fritas, intentaba contener el desparramo frotándose la quijada.  
Los truenos y refucilos no parecían existir para él, su único pensamiento, si es que tenía alguno, radicaba en saciar su apetito y sed   
No había nada bueno para ver y las papas y gaseosa habían terminado... 
Con las últimas erupciones de su intestino se acomodó para echarse una siestita. 
Ya estaba por dormirse, invadido por ese estado de ensoñación donde la realidad se mezcla con la ficción. 
El living, en general, empezaba a desdibujarse, y los recuerdos que Julián proyectaba como último contacto con la vigilia, comenzaban a cobrar vida.

El tipo que apareció se le quedó mirando, en silencio, con sus ojos pequeños y duros como los de una cobra.Tenía puesto un smoking, de esos que ya no se usan. Era un gordo vulgar, viejo, calvo y retacón, le pareció conocerlo, aunque no podía recordar de donde. Atrás había un parque de diversiones antiguo, donde la rueda de chicago con sus canastos llenos de gente giraba con sus luces de neón prendidas. De fondo, se escuchaba la música del organillo que intentaba dar alegría al espectáculo. 
Julián, sentado al lado de Ernesto, vio como las butacas donde estaban se elevaban hasta el infinito. Subían y subían. Las carpas y remolques de las atracciones cada vez se hacían más pequeñas, como si la inmesa rueda no tuviera fin. Allá abajo, de la feria y la ciudad solo quedaban puntos luminosos.
Benicio y Rafael, que estaban en unos de los canastos inferiores luchando por la pelota, se suben a la baranda, donde benicio, con hábil maniobra empuja al vacío a Rafael y hace el pase. 
Mientra cae Rafael, Julián se prepara para recibirla, y Ernesto hace lo propio.
La pelota ovalada se le venía encima, a Julián, levantó los brazos sabiendo que no llegaría a retenerla... y no pudo.  Ernesto, que sí pudo, ya había trepado a los barrotes de la rueda para hacer el try. 
El viejo de la TV le dice a Julián:
No puedes dejar que se escape, pequeño, el que pierde en este juego está muerto. 
Mientras el viejo hablaba, Julián pudo ver en la TV la imagen de un grupo de curiosos mirando el cadáver de rafael bañado en sangre, tirado sobre la tierra apisonada.

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