viernes, 18 de junio de 2010

Buenos Aires ayer y hoy

El tranvía, los cines de barrio y las garitas de los policías de tránsito, son solo un recuerdo para los que alguna vez los vieron, y un pedazo de historia para los que escarban el pasado.

Los tiempos pasan y se renuevan los mecanismos de comunicación. Cambian algunas costumbres, pero en esencia, el ser humano sigue siendo el mismo. Se ama y se odia igual que antes, aunque siempre hay algunos que piensan que el pasado fue mejor.

No sé si fue mejor, tal vez distinto, más tranquilo, amigable, familiar. Probablemente tenga que ver con los domingos de ravioles, de la abuela o de mamá, los partidos de fútbol en el potrero, los amigos, la barra de la esquina, el doctor que venía a tu casa cuando tenías una gripe, el mercadito de la esquina, el cana de la cuadra, que era uno más del barrio, que podías confiar en él, la matiné de los sábados, ¡Treees películas tres, daban!, Tarzán, de Cowboys, y muchas más,  los colectivos  bajitos, donde tenías que viajar encorvado y apretujado como en lata de sardinas,  la noviecita del barrio, las revistas mexicanas. Todo queda allá, borroso, en el fondo de la vida, en el arcón de los recuerdos, como dicen mis amigos del FACEBOOK. 



Y mientras el tiempo nos camina, el idioma va cambiando, las expresiones se adaptan a las necesidades modernas, el “che” casi no se escucha, tapado por el “boludo”, que casi sirve para todo. ¿Se acuerdan cuando “Macho” fue la expresión todoterreno de una época?, Hola macho, que hacés macho, ¡pero machooo!, y macho de aquí y de allá… y un día desapareció, como desapareció la salida de los cines de la calle Lavalle, sábado, tipo ocho de la noche, ¡impresionante!

 Con decir que un tío mío que vino de visita de Asunción pensó que se trataba de una procesión,  de esas que organiza la iglesia. En ese entonces nos reíamos, no nos dábamos cuenta, o por lo menos yo, de la magnitud de Buenos Aires, ciudad inmensa y hermosa, donde habitaron tipos como Discépolo, Borges, Piazzolla, Fangio, Gardel, Pichuco, y toda una constelación de genios que dieron identidad a la ciudad porque representaban la esencia  del ser porteño. Y más aquí, desaparecieron como tragados por la tierra, el lechero, la pelota de trapo, el trolebús, tranvías, cines, los boletos que cortaba el colectivero, ahora de máquina, blancos, sin vida,  trompos, el teatro de revistas, la rayuela, La Martona, Pumper nic, la Gomina, El Trust Joyero y los trajes a medida. Y en vías de extinción, el CAFÉ de barrio, ese boliche donde se podía hacer tiempo, o charlar con los amigos hasta el amanecer, donde, según dicen, nacieron letras de canciones inolvidables.  



Ahora ya no calienta ver en el cable las tetas de Isabel Sarli en “El trueno entre las hojas”, ni tenés que esconderte por tener las memorias del “CHE. 
Menos mal que aún nos quedan las milanesas con papas fritas, y el dulce de leche.
No me quejo del presente, solo recuerdo el pasado, y la prueba es que no concebiría mi vida sin la computadora, elemento poderoso de comunicación que nos regaló el siglo veinte, regaló es un decir, pues baratas no son.
Y bien, en medio del sueño de la nostalgia, me despierto, casi a la madrugada,  con un CHAMAMÉ a todo volumen proveniente de la calle que da a mi casa, y puteo, y a veces le digo al puestero que la ponga más baja, y él la baja un ratito, pero tiene que pregonar sus CD truchos para comer, truchos como los programas de 3D y las películas que consumo, que si no fuera así ni siquiera sabría lo que es INTERNET, y mucho menos el 3D STUDIO, cosas del tercer mundo. Así es que, después de un rato se me pasa.

Y pienso, que  entre las rarezas que todavía  subsisten, están las ferias, las ferias de barrio, donde compraban nuestras abuelas y las abuelas de ellas, todavía quedan algunas, esta, por ejemplo: 

Justo frente a mi casa, todos los miércoles del año, con frío, lluvia o calor, uno de los últimos vestigios del antiguo Buenos Aires.
Sé que la nostalgia tiene un filtro caprichoso que solo deja pasar lo que el humor del momento permite. Pero es parte de la vida, recordar… y vivir el presente con intensidad, o por lo menos, pasar los días lo mejor posible.






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