jueves, 27 de mayo de 2010

El Código Da Vinci vs. El Club Dumas




Los que leyeron “El código Da Vinci” es probable que les guste “El club Dumas”, una novela de “Arturo Pérez-Reverte”, escritor español de exquisita prosa. Román Polanski adaptó el texto para el cine: y salió una película interesante, bien lograda, como es la costumbre de Polansky, con una convincente caracterización de Johnny Deepp, como el experto buscador de libros antiguos y raros, aunque, a mí juicio, el libro, por su extensión, riqueza de situaciones y detalles, es indispensable leerlo, antes o después de ver la película. Me olvidaba, “La novena puerta”, es el título del film.  
Les transcribo una partecita del comienzo del relato, para que prueben si les gusta.


EL CLUB DUMAS
O LA SOMBRA DE RICHELIEU
ARTURO PÉREZ-REVERTE

El vino de Anjou



Conocí a Lucas Corso cuando vino a verme con El vino de Anjou bajo el brazo. Corso era un mercenario de la bibliofilia; un cazador de libros por cuenta ajena. Eso incluye los dedos sucios y el verbo fácil, buenos reflejos, paciencia y mucha suerte. También una memoria prodigiosa, capaz de recordar en qué rincón polvoriento de una tienda de viejo duerme ese ejemplar por el que pagan una fortuna. Su clientela era selecta y reducida: una veintena de libreros de Milán, París, Londres, Barcelona o Lausana, de los que sólo venden por catálogo, invierten sobre seguro y nunca manejan más de medio centenar de títulos a la vez; aristócratas del incunable para quienes pergamino en lugar de vitela, o tres centímetros más en el margen de página, suponen miles de dólares. Chacales de Gutenberg, pirañas de las ferias de anticuario, sanguijuelas de almoneda, son capaces de vender a su madre por una edición príncipe; pero reciben a los clientes en salones con sofá de cuero, vistas al Duomo o al lago Constanza, y nunca se manchan las manos, ni la conciencia. Para eso están los tipos como Corso.
Se descolgó del hombro una bolsa de lona y la puso en el suelo, junto a sus zapatos Oxford sin lustrar, antes de quedarse mirando el retrato enmarcado de Rafael Sabatini que tengo sobre la mesa del despacho, junto a la estilográfica que utilizo para corregir artículos y pruebas de imprenta. Eso me gustó, pues las visitas suelen dedicarle poca atención; lo toman por un viejo pariente. Yo acechaba su reacción y observé que sonreía a medias al sentarse: una mueca juvenil, de conejo al cabo de la calle; de esas que captan de inmediato la benevolencia incondicional del público en cualquier película de dibujos animados. Con el tiempo supe que también era capaz de sonreír como un lobo despiadado y flaco, y que podía componer uno u otro gesto según lo exigieran las circunstancias; pero eso fue mucho más tarde…


Este es el link de la segunda escena del film, La novena puerta:
                                                                                                                                                                                                                        



Untitled from arnaldo zarza on Vimeo.

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